Por Gabriela Biondo1
El 27 de marzo de 1901, casi estrenando el siglo, nacía en Buenos Aires el inigualable Enrique Santos Discépolo. Y digo inigualable porque hay plumas más románticas, más elegantes, más lunfardas y con mayores recursos poéticos, pero ninguna con una lectura tan cruda y tan simple de la realidad. Sus tangos los manya cualquiera, no sólo por lo populares sino por lo comprensibles.
Discépolo buscó situarse más cerca del fracaso que de los éxitos; interpretando la angustia moderna, encontrando la voz de los otros: “Grité el dolor de muchos, no porque el dolor de los demás me haga feliz, sino porque de esta manera estoy más cerca de ellos. Y traduzco ese silencio de angustia que adivino. Usé un lenguaje poco académico, porque los pueblos son anteriores a las academias. Los pueblos claman, gritan, ríen y lloran sin moldes. Y una canción popular debe ser siempre el problema de uno padecido por muchos.”
Discépolo compuso letra y música de gran parte de su obra: “Escribo tangos porque me atrae su ritmo. Lo siento con la intensidad de muy pocas otras cosas. Su síntesis es un desafío que me provoca y que yo acepto complacido, aún a riesgo de los malos ratos que paso gestándolos. ¡Decir tantas cosas en tan corto espacio! ¡Qué difícil y qué lindo! Me subyuga esa lucha. Dicen que sacrifico la línea melódica en homenaje a la letra, y están en un error. Quiero que la música diga lo que luego aclararán aún más las palabras”.
Sus letras resultan tan vigentes hoy que pareciera que el pequeño filósofo hubiera hecho un pacto con Dios para saber lo reincidentes que podríamos llegar a ser los argentinos y escribir en 1930 cosas que ocurrieron “en el 506 y en el 2000 también”, para sacrificarse por los otros con una generosidad grandiosa, para sufrir hasta las entrañas y no tomar revancha alguna, para decidir su muerte sin tener más que acordar con el supremo que, junto con el nacimiento de Jesús, horas antes de la Navidad, se llevara su vida calladamente.
La historia de Discepolín es apasionante. Una infancia sin padres (por el pronto fallecimiento de ambos), una educación entre el teatro grotesco de su hermano Armando y la calle, numerosos fracasos y bolsillos flacos que se alternaron con la bonanza de algunos éxitos para caer nuevamente en la mishiadura después de derrochar el dinero de sus geniales obras hasta que una nueva le llenaba las arcas. Es que su generosidad y su gran gusto por la buena vida no admitieron el concepto de “ahorro”. Su herencia fueron las regalías que propiciaban sus populares obras y que Tania, su esposa, disfrutó casi por 50 años después de la muerte del poeta.
La clara visión de la alteración de valores que estaba sufriendo la sociedad -y que ha ido profundizándose con los años- comienza con el tango “Que vachaché”, madura en “Yira… yira…” y se continúa en los tangos “Que sapa señor” y “Cambalache”.
No podría doler más el cuestionamiento de Enrique, cuando vemos la corrupción de los cuatro poderes que debieran velar por nuestra integridad (agrego al periodismo porque así como se ha auto-declarado un “poder” para garantizar la democracia, también ha entrado en la comercialización de opiniones y líneas editoriales), cuando mediáticamente se le da prioridad al lenguaje inclusivo antes que a la educación para todos, cuando la buscada diversión de unos jóvenes termina con la muerte de un inocente o al ver que siguen muriendo personas por desnutrición en el país del alimento.
Discépolo murió el 23 de diciembre de 1951, en el departamento céntrico que compartía con Tania. Su compromiso con el peronismo, hecho público a través de su breve y fulminante participación en un discutido programa de radio (“Pienso y digo lo que pienso) popularmente recordado por “Mordisquito”, lo distanció de varios de sus viejos amigos. A casi 70 años de su muerte sus tangos siguen golpeando en la conciencia colectiva.
1 Cantautora, Lic. en Ciencias de la Comunicación, escritora, docente.